Trascender una situación

Solo perdonando de verdad podemos trascender lo que nos hiere.

El sufrimiento cesa cuando aceptamos y perdonamos.

Trascender es recordar quiénes somos más allá del dolor.

Trascender una situación

La única causa del sufrimiento es la incapacidad de aceptar lo que sucede. No es lo que ocurre en sí mismo lo que genera dolor, sino la interpretación que hacemos de ello, teñida por nuestras creencias, juicios y condicionamientos.

Esta incapacidad de aceptar está profundamente arraigada en los pensamientos que sostenemos sobre lo que acontece. Pensamientos que no surgen de la verdad del momento presente, sino de estructuras mentales heredadas, de experiencias pasadas, y de creencias que hemos acumulado y adoptado como propias a lo largo de muchas vidas, o bien absorbido de una sociedad que también actúa desde el miedo, el control y la ilusión de separación.

Cuando nuestras creencias se vuelven rígidas, dejan de ser herramientas y se transforman en cadenas. Son esas creencias fijas las que generan las emociones incómodas que asociamos con el sufrimiento, porque nos impiden ver la totalidad de lo que está ocurriendo con apertura y humildad. Nos aferramos a lo que «debería ser», en lugar de rendirnos a lo que es.

 

La resistencia

La resistencia nace del deseo inconsciente de permanecer en lo conocido, en la llamada «zona de confort», donde el ego se siente seguro. Pero esta seguridad es ilusoria. En realidad, lo que hay detrás de esta resistencia es miedo: miedo a lo desconocido, a lo que no podemos controlar, a soltar la identidad que creemos ser.

Cuanto más rígido es mi pensamiento, más experiencias similares atraeré, una y otra vez, hasta que la vida, con infinita sabiduría, me muestre lo que debo ver, aprender, aceptar y finalmente perdonar. Porque solo el perdón verdadero nos libera del ciclo de repetición.

El perdón es el objetivo. No un perdón superficial que aún guarda resentimiento o culpa, sino un perdón total, que reconoce que no hay nada que perdonar realmente, porque la situación vivida fue parte del aprendizaje perfecto que necesitábamos. Aceptar es dar el primer paso hacia ese perdón profundo. Y ese perdón, cuando es verdadero, tiene el poder de disolver la emoción que nos ata a la experiencia y, por lo tanto, nos permite trascenderla.

 

El perdón verdadero

El perdón verdadero no es un acto de la personalidad, sino una decisión de la conciencia. No nace de la mente dual que juzga y compara, que clasifica entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. Esa mente dual solo puede ofrecernos un perdón a medias, un perdón condicionado, que deja oculta una culpa que tarde o temprano vuelve a emerger.

Decimos que «el tiempo cura las heridas», pero en realidad lo que hace es reprimirlas. Ocultas, esas heridas esperan un detonante que las haga estallar y se repitan bajo otra forma, otro rostro, pero con la misma emoción original.

La única causa de nuestra incapacidad de aceptar lo que nos sucede está en el pensamiento que mantenemos sobre ello. Hasta que no lo aceptemos plenamente, y lo perdonemos desde el alma, no podremos trascenderlo. Solo entonces la experiencia cumplirá su propósito y se desvanecerá, como una ola que vuelve al océano.

Cuando hablamos de perdón verdadero, lo hacemos desde una mente que ha comenzado a despertar. Al usar ese término, reconocemos que existe otro perdón —el del ego— que aún cree en la ofensa, en la separación, en la culpa. Esta es la mente dual.

 

La mente recta

La mente recta, en cambio, no juzga desde la dualidad. Está alineada con el Espíritu, con esa parte de nosotros que recuerda la Verdad. Observa la ilusión de la dualidad, pero no se identifica con ella. Desde esta claridad, la mente recta nos conduce directamente al perdón, no como una meta, sino como un estado natural. Porque sabe quiénes somos, y nos guía con amor hacia nuestro hogar —ese lugar interior desde el cual jamás nos fuimos, aunque por momentos hayamos creído haberlo olvidado.

El perdón verdadero es, en última instancia, el puente que nos reconecta con nuestra esencia. Es la forma más elevada de recordar lo que somos: conciencia, unidad, amor.

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