Memorias codificadas
El alma recuerda lo que la mente olvida.
Solo en armonía con las leyes del universo, despierta el verdadero ser.
Transformar la percepción es recordar quiénes somos.
Memorias codificadas
Memorias Codificadas en el Ser Humano
Las memorias codificadas que llevamos como seres humanos son como archivos internos, huellas sutiles que se amplían y enriquecen con cada vida, con cada experiencia vivida. Son registros energéticos que se graban en nuestra conciencia, y que se convierten en guías silenciosas para transitar el camino de la existencia.
Estas memorias son imprescindibles para afrontar las nuevas experiencias que la vida nos propone. Son como herramientas internas que se activan cuando el alma necesita recordar cómo actuar, sentir o comprender una situación determinada. Cada percepción, cada emoción, cada respuesta que damos ante la realidad, está teñida por esos registros previos.
Nuestros preconceptos respecto a una situación no solo influyen en cómo la interpretamos, sino que determinan el “grado” o nivel vibratorio en el que la experimentamos. Esto nos conecta directamente con la Ley de Polaridad, la cual enseña que todo en el universo existe en pares de opuestos con múltiples grados intermedios. Y es justamente en la mente donde se origina la graduación: lo que para uno puede ser “frío”, para otro puede ser “templado” o incluso “calor”.
Por ejemplo, un inglés que ha vivido siempre en un clima con una media de 10 grados centígrados, al trasladarse a un lugar con 22 grados sentirá calor constante. Sin embargo, para alguien que ha crecido en la línea ecuatorial, esa temperatura es simplemente parte de su normalidad cotidiana. La diferencia no está en la temperatura en sí, sino en la percepción mental y en la memoria interna que cada uno trae consigo.
Todo es cuestión de percepción relativa, basada en creencias y experiencias pasadas. Cada ser humano interpreta la realidad desde su propio prisma mental, y ese prisma está condicionado por las memorias codificadas.
Vivimos en un universo regido por leyes universales, que son eternas, inmutables y constantes. Nadie puede sustraerse a ellas. Lo único que está en nuestras manos es decidir si fluimos con estas leyes o nos resistimos a ellas. Y es precisamente esta resistencia la que genera sensaciones de desequilibrio, sufrimiento, frustración o desconexión. La incongruencia interna es el síntoma de estar nadando contracorriente en un río que pide ser seguido y no combatido.
Hasta que no aprendamos a alinearnos con las leyes que rigen este universo —leyes como la de Polaridad, Correspondencia, Vibración, Ritmo, Causa y Efecto, entre otras— no podremos experimentar un estado genuino de paz, plenitud y felicidad. Fluir con las leyes es como bailar al compás de la vida, en armonía con su música silenciosa.
La capacidad de trascender cualquier situación nace del alineamiento interior. No es el mundo el que debe cambiar, sino nuestra relación con él. Y esa transformación solo ocurre cuando recordamos quiénes somos en esencia y para qué estamos aquí.
Los seres que transitamos por el universo tenemos el poder de cambiar, de evolucionar y de transformarnos continuamente. Las leyes no cambian, pero nosotros sí podemos cambiar la manera en que nos vinculamos con ellas. Y es ahí donde radica nuestra libertad y nuestra responsabilidad.
Las normas humanas pueden modificarse, discutirse o incluso abolirse. Pero las leyes universales no están sujetas a negociación, opinión o ignorancia. Son el marco en el que la vida se despliega, y conocerlas, respetarlas y fluir con ellas es el camino hacia una existencia más consciente, coherente y elevada.