Hasta donde llega el ego
El ego llega hasta donde le damos poder; trascenderlo es recordar quiénes somos en verdad
Hasta donde llega el ego
¿Cómo saber hasta dónde llega el ego de alguien? A menudo afirmamos que una persona tiene un ego inmenso, “más grande que una casa”, pero… ¿realmente comprendemos lo que estamos diciendo?
Podemos comenzar reconociendo una verdad esencial: todos, en mayor o menor medida, somos egoístas. No por maldad o intención, sino por el simple hecho de habitar un cuerpo y una mente condicionada. Venimos a este mundo con la tarea de trascender creencias dualistas profundamente arraigadas. La experiencia humana no es más que un medio, un vehículo a través del cual podemos avanzar espiritualmente y recordar quiénes somos en realidad.
Nuestra vida no es el destino, sino el camino. A medida que recorremos este sendero, se nos da la oportunidad de ir más allá de la ilusión. Trascenderla. Y cuando logramos acceder a un estado de amor puro —sin miedo, sin rencor, sin juicio— comenzamos a ver el ego desde otra perspectiva. Comprendemos que su importancia es ilusoria. Entonces, dejamos de alimentarlo.
La percepción cambia. Y con ella, cambia todo lo que vemos. Ya no respondemos desde los viejos automatismos mentales, sino desde el corazón, en alineación con la Fuente. Actuamos como extensiones de una sabiduría superior, que va más allá de las estructuras mentales rígidas y limitantes a las que estábamos acostumbrados.
Al mirar en otra dirección, el ego comienza a desvanecerse. No porque lo combatamos, sino porque dejamos de prestarle atención. Así, poco a poco, se diluye hasta desaparecer de nuestro sistema de creencias. Sin embargo, el ego no desaparece del todo mientras alguien continúe creyendo en el cuerpo, en el tiempo, en la separación. Mientras uno solo de nuestros hermanos mantenga su fe en la ilusión, el ego seguirá teniendo un lugar.
¿Cuál es la medida del ego?
El ego no puede medirse en términos absolutos. Su presencia es directamente proporcional a la atención que le damos. Cuanto más creemos en él, más real parece. Pero al comenzar a enfocar nuestra conciencia en su opuesto —la verdad, la unidad, el amor—, el ego pierde fuerza. Y, al igual que la luz disipa la oscuridad, la conciencia disuelve la ilusión.
Una persona más identificada con su estructura mental, ya sea por experiencias personales o creencias heredadas, tiende a vivir desde el ego. Esto no siempre se manifiesta con arrogancia o superioridad, como suele creerse. A veces, se presenta como victimismo, como necesidad de control, como apego a tener la razón o como una constante defensa de la propia identidad construida.
El ego es, en esencia, una ilusión. No es parte de nuestra naturaleza original. Es una construcción, nacida de creencias adquiridas a lo largo de nuestras vidas y reforzada por generaciones. Su único poder radica en nuestra creencia en él. Lo real, en cambio, no necesita defensa ni validación.
Lo eterno
Lo verdadero es inmutable, eterno, constante. Todo aquello que puede cambiar, morir o ser alterado, no es real en sentido absoluto. El ego, al ser una ilusión, nace y muere dentro del tiempo. Pero nuestra esencia, aquello que somos en la Fuente, trasciende todo eso.
A medida que hemos creído más y más en el ego, hemos desplazado nuestra conciencia del Ser hacia una identidad fragmentada. Esta separación nos alejó del pensamiento de la Fuente y nos hizo valorar nuestras propias ideas como si fueran verdades absolutas. Pero cualquier pensamiento separado de lo eterno solo puede generar cosas perecederas, transitorias e ilusorias.
La distancia entre nosotros y la Fuente es proporcional al apego que tenemos por nuestras creencias. Cuanto más creemos en el mundo material, más nos alejamos del todo. La Fuente es plenitud, abundancia, totalidad. El ego, su opuesto, solo puede ofrecernos vacío y carencia.
La visión invertida
Cuando nos encontramos con estas ideas, es común que el ego las rechace. El primer impulso suele ser dudar, cuestionar, desestimar. ¿Y quién es el que duda? El ego. Un pensamiento alineado con la Fuente no duda: simplemente es.
Aceptar nuevas perspectivas que vibran en sintonía con lo eterno es señal de transformación. Nuestra mente comienza a abrirse, a renovarse, a permitir que entre la luz. El conflicto surge cuando dos creencias, ambas separadas de la verdad, chocan entre sí. Cada una intenta invalidar a la otra, creyendo que posee la razón. Y en ese juego, lo único que se refuerza es el ego.
La necesidad de tener razón es una de las formas más sutiles y peligrosas de mantener viva la ilusión. Cuando insistimos en imponer nuestras ideas o defender nuestras creencias a toda costa, estamos protegiendo la estructura mental que nos aleja de la verdad.
La resistencia tiene un final
La lucha contra lo que somos no puede durar para siempre. Por más que el ego se resista, nuestra naturaleza real siempre prevalecerá. Es inevitable. Tarde o temprano, todos regresaremos a la Fuente. El retorno está garantizado. Solo es cuestión de tiempo… o mejor dicho, de decisión. Porque cuanto más deseamos regresar, más acortamos ese camino.
No estamos perdidos, sólo dormidos. Y la buena noticia es que despertar es parte del plan.
Por el simple hecho de ser lo que somos y de donde provenimos nuestro regreso está garantizado, tarde o temprano volveremos a nuestra Fuente, es solo cuestión de tiempo, que puede acortarse proporcionalmente a nuestra intención de regresar a casa.